Pero los franceses no sienten una gran pasión por la democracia y siempre han preferido el culto del Salvador y el despotismo ilustrado, desde Napoleón hasta De Gaulle, y quizás Macron.
Por eso quizás, Jacques Derrida, el gran filósofo de origen argelino, decía, pocos meses antes de morir, que su ambición era "dejar huella en la historia de la lengua francesa", y confesaba vivir "una pasión, que si no es por Francia, sí lo es, al menos, por algo que la lengua francesa ha incorporado desde hace siglos.
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